Rocío Villar

De padres y abuelos maestros, esta arqueóloga no desentierra nuestra historia bajo la luz del sol, sino buceando en lagunas y a lo largo de nuestro litoral.

“He crecido en un hogar horizontal, en el que todos podían expresar sus opiniones y, por más loca que fuese una idea, se atendía”

¿Cómo se enamoró de este oficio?

No lo sé. Creo que nací enamorada (ríe…). Amo el mar, amo mi profesión, ¡me encanta la arqueología subacuática!

Sus padres son maestros de escuela. ¿Hay una conexión entre ello y esto?

Quizás. Los papás de mis papás también han sido maestros. Crecimos en un ambiente en el que siempre estuvieron dispuestos a enseñarnos, al diálogo, a los cuestionamientos. He tenido el privilegio de crecer en un hogar bastante horizontal, en el que todos podían expresar sus opiniones y, por más loca que fuese una idea, se atendía. De repente ahí se incentivó esta curiosidad y esta pasión por las aventuras subacuáticas.

En unos días regresará a su colegio para dar una charla a los chicos sobre su experiencia.

Siento una gran emoción. Me encantaría que haya personas que se inspiren en el trabajo que estoy haciendo y que también apuesten por la protección de nuestro patrimonio, por la investigación de lo nuestro.

Trabajando bajo el agua ha soportado temperaturas muy bajas.

Bueno, ahora hay equipos especializados, trajes secos con los que se puede entrar y estar calientito; siempre y cuando cuentes con los recursos.

Claro, pero cuando descubrió ese tramo del Qhapaq Ñam no contaba con el equipo adecuado.

Buceaba con un traje de 7 milímetros, que es para bucear en la costa; así que me puse un traje más delgadito abajo y el de ‘guerra’ encima. Igual estaba congelada, no tenía guantes, la capucha era delgada pero en contraparte estaban las ganas de hacer las cosas, la emoción…

El frío enorme versus el encontrar eso que creía que estaba ahí.

¡Claro! Éramos dos personas -muertas de frío- y cuando ya estábamos por salir (de la laguna), vimos una parte del tramo y, un poco más lejos, la estructura. ¡Nos olvidamos del frío y nos pusimos a recorrerlo y a regístralo todo! Después salimos morados, buscando calentarnos como sea.

Felices.

Felices. Haya o no hallazgos, siempre es una experiencia de la que sales feliz. Es otro mundo, una experiencia sumamente relajante, porque además del patrimonio cultural está el patrimonio natural. Abajo ves otro paisaje. Entonces, siempre es un descubrimiento.

¿Qué se puede hacer con la información que viene recogiendo?

Se podría dar charlas, hacer cuentos para niños, para que conozcan y disfruten este patrimonio, talleres en los que puedan sumergirse y conocer cómo es este trabajo. Hay muchas maneras de difundir el fruto de este trabajo de investigación.

¿Y por qué no se hacen?

De repente por falta de interés de las autoridades o por falta de recursos. También es una responsabilidad nuestra, como arqueólogos, hacer que la gente conozca lo que venimos haciendo. En la medida de lo posible, yo trato de hacerlo.

“Estábamos muertas de frío, ya por salir (de la laguna) y vimos una parte del camino inca. ¡Nos olvidamos del frío y nos pusimos a regístralo todo! Salimos moradas, buscando que calentarnos como sea”

En el país hay pocos arqueólogos subacuáticos.

Somos cuatro o cinco.

¿Cuántas mujeres?

Dos. Los buzos en general son machistas, creen que son súper fuertes y nos dejan de lado. Por eso hay que saber imponerse y demostrar que somos capaces.

¿Lo están entendiendo?

Es un poco difícil. Hay que saber imponerse sutilmente y -con nuestro trabajo- hacerles ver cómo son las cosas.

Para especializarse en este oficio partió a Europa, ha buceado en varios países. ¿Cuál es el potencial de la arqueología subacuática en el país?

El patrimonio subacuático en el mundo es diverso, y el Perú tiene de todo. Llevé una maestría en Prehistoria en La Sorbona (Francia), estoy terminando mi doctorado también en Prehistoria, he buceado en el mar Mediterráneo, en el océano Atlántico, en diferentes países de América Latina, ¡he visto cosas maravillosas! Pero nosotros -como ya dije- tenemos una secuencia larga, que va desde los primeros pobladores del continente, gente nómade que cazaba y recolectaba para sobrevivir, que convivió con fauna que ya no existe, y las evidencias de ello están bajo el agua. Eso, y hasta la etapa republicana, hasta hace menos de cien años. Tenemos una larga línea de tiempo de patrimonio sumergido; y dentro de ello, una variedad de temas: las construcciones que quedaron sumergidas por la desglaciación, el sistema portuario inca en nuestro litoral, los naufragios ocurridos en la Colonia, cuando el Perú ya estaba conectado con todo el mundo; además está toda esta historia inca y preinca, en la que los lagos, lagunas y el mar eran puntos sagrados en los que se depositaron ofrendas. Los temas son diversos y amplios.

El Perú tiene un paraíso bajo el agua.

Así como en tierra, tenemos un mundo inexplorado y súper rico bajo el agua.

Urgen más arqueólogos subacuáticos.

Definitivamente.