Christiane Ramseyer

Miles de niños de San Juan de Lurigancho crecieron con una segunda madre: la enfermera Christiane Ramseyer, quien lleva más de 40 años en nuestro país apoyando el progreso social y la equidad de género en San Juan de Lurigancho.

“Cuando llegué, el hospital era una carpa de la Cruz Roja”

Eso fue hace casi 40 años, ¿por qué se quedó?

Porque esta es mi casa. De suiza solo me queda el pasaporte. Yo no soy peruana, yo soy de San Juan de Lurigancho.

La muerte de una niña de 4 años por difteria la llevó a iniciar campañas de vacunación.

Ahí dije: “¡Ni hablar!”. No había forma de que nos pudiese pasar eso, más aún cuando según el Ministerio de Salud se trataba de un tema ya resuelto. Hicimos un pequeño consultorio médico y comenzaron a aparecer niños desnutridos, entonces construimos un poco más para brindar recuperación nutricional, dar charlas de educación nutricional; y así fuimos creciendo. Nosotros insistíamos en la educación de la mamá para asegurar los cambios de hábitos.

Lo hacían sin imponer sus conceptos.

Veíamos cómo podían complementar su alimentación en casa, teniendo en cuenta que eran épocas difíciles, que había muy poco dinero; y entendieron que había que priorizar, que si había que darle la pierna de pollo a alguien, ya no debía ser al papá sino al niño.

Aquí hay zonas peligrosas. ¿Le ha pasado algo en todos estos años?

He sentido el peligro, he sentido miedo, pero no me ha pasado nada.

¿Cómo lo explica?

Hemos tenido cuidado, y también la gente nos ha cuidado.

“Me decían ‘la monjita’, hasta que tuve a mi primera hija. Ahí me gané un galón ante las mamás, porque me vieron como una de ellas”

¿Cuál era la realidad en ese entonces? ¿Habían muchas madres solteras?

Sí, muchas se quedaban solas, eran abandonadas. Una mañana, una señora que vive al frente nos llamó para decirnos que estaba haciendo trabajo de parto y que no creía que iba a llegar a la Maternidad (de Lima). Fui a verla con la doctora, el bebé estaba cruzado y había que ir al hospital. Como el marido tenía una moto, le dijimos que vaya a buscar un taxi; dio la una, las dos de la tarde y nada. Empezó a oscurecer. El hombre reapareció dos meses después. ¡Se había ido! Pero la mujer peruana es tan vital, tan fuerte, que no deja de luchar.

Con los años comenzaron a llegar los papás para también instruirse.

Empezaron a venir acompañando a sus mujeres. Siempre insistimos en que debían venir porque son parte de la pareja, porque no hay otra manera de construir la familia.

¿Recibían a sus hijos sin costo alguno?

Siempre hubo un costo. Por ejemplo, en 1978, cuando empezamos, la matrícula fue: tres metros de pirca (que los papás debían construir); para proteger a los niños. Ellos debían venir con sus piedras para demarcar el terreno.

La presencia de Sendero Luminoso fue una constante en los 80’. ¿Cómo hizo?

Obedecíamos. Cuando había una orden de paro, parábamos… Al carnicero, por vender a escondidas en su casa, lo mataron. No era un juego.

De las ONG que había en la zona, solo quedó la suya. ¿Cómo así?

Nos replegamos, dejamos de salir para proteger a nuestro personal, nos acostumbramos a una forma de vivir. De eso nos dimos cuenta a raíz de que una noche de 1990 Sendero mató a varios delincuentes. A tres los dejaron colgados frente a nuestras puertas, y la psicóloga y la pediatra entraron en crisis. Las tuvo que atender un psiquiatra, quien luego pidió hablar conmigo. Me preguntó si era cierto que a veces los terroristas hacían disparos desde los cerros, que si eran perseguidos por la policía podían bajar corriendo y cruzar nuestras instalaciones dando disparos al aire. Todo eso era cierto, entonces concluyó que las únicas que estaban bien de salud eran esas dos que habían explotado, que los demás estábamos locos. ¡Ahí nos dimos cuenta de que nos habíamos adaptado a esas condiciones! Pese a ello, no pasó por mi cabeza la idea de irnos.

No tenía porqué soportar tanto. Podía regresar a la tranquilidad de su país...

Me lo plantearon: “Espera a que pase y vuelves”. No me podía imaginar dejando a las personas aquí.

En lugar de irse, abrió una escuela de inicial, construyó letrinas, creó talleres para madres, para padres. Su respuesta fue la acción.

La respuesta fue escuchar a la gente, identificar lo que hacía falta y tratar de solucionar los problemas.

No había apoyo del Estado.

No.

“Una noche Sendero Luminoso mató a varios delincuentes. A tres los dejaron colgados frente a nuestras puertas”

Desde siempre todo ha sido financiado con donativos europeos.

Así es. Pertenezco a una asociación en Suiza a la que periódicamente rendimos cuentas.

El 2016, en vista de que de diez madres adolescentes solo una acaba el colegio, creó una escuela para ellas.

A raíz de la cantidad de mamás adolescentes que atendíamos, el 2009 nos comenzamos a enfocar en ellas y procuramos que regresen al colegio después de tener al bebe. Hay una norma que lo dispone, pero los directores no la acatan porque dicen que ellas son malos ejemplos. Entonces me cansé de pelear con los directores de la zona y creamos una escuela.

Empezó con 46 alumnas.

Ahora tenemos a 64 y hay casi 70 que ya han culminado la secundaria. Todas están trabajando o estudiando, están retomando su plan de vida.

De lo contrario, incluso podrían culpar a sus hijos de su destino.

Está demostrado, serán niños que también abandonarán el colegio, sus posibilidades de desarrollo serán siempre las peores.

Había que romper esa tendencia.

Hay que hacerlo. Entonces, por lo menos culminando la secundaria pueden retomar sus proyectos de vida; y si soñaban con ser doctoras, ya no lo podrán ser pero quizás sí enfermeras o técnicas en enfermería. Van hacia eso.

¿Qué es lo mejor de hacer esto?

Sentirnos vivos, ver que nuevos papás nos traen a sus hijos, que quienes fueron nuestros alumnos se presentan ahora como profesionales, y pensar que ¡aún tenemos mucho por hacer! Y que ese ‘por hacer’ está pensado a favor de las personas. No creo que pueda pedir mejor trabajo que trabajar para las personas.