Cecilia Carpio

Como fisioterapeuta ha comprobado lo magnífico que son los caballos cuando se trata de restablecer a niños con terribles males. Su labor es puro amor.

“Como se trata de un tratamiento médico, hay indicaciones y contraindicaciones, un rango de edad: de 3 a 15 años”

No tiene obligación de hacer esto, usted trabaja en el Hospital Almenara.

La equinoterapia me involucró. Como fisioterapeuta, empecé trabajando con niños, pero a veces lloran mucho. No lo hacen porque les duela algo, sino porque no les gustan los estímulos, los movimientos que hacemos que realicen. Se aburren, ¡se agotan! Y una vez que tuve a mi primer hijo no quise trabajar más con niños. ¡No podía tolerar que un niño llorara! Hasta que encontré la equinoterapia, que me permite brindarles una terapia sin espacio para la tristeza, la tensión. ¡Todo lo contrario!

Entonces, el caballo sana al niño, a su familia y al terapeuta.

Y también a los policías.

¿Tanto puede hacer?

Un solo caballo puede desarrollar ¡tanto! Puede crear una burbuja que nos involucra a todos, porque también me ha cambiado a mí; y así como me dio la oportunidad de sentir, también se la ha dado a los policías, quienes lógicamente están endurecidos por su trabajo. Pero cuando nos comenzaron a ayudar en las terapias encontraron un nuevo campo: natural, humano, de paciencia, tolerancia, juego, ¡de comprender! Porque les sorprendía la cantidad de niños con discapacidad que hay. No sabían que había tantos.

El día a día de un policía es de violencia, y al colaborar con ustedes -que además lo hacen ad honorem- encontraron una realidad opuesta.

¡Exacto! Una realidad que les preocupa.

Que los humaniza.

Aflora su lado humano, que usualmente está protegido, inhibido; y de pronto los comienzas a ver, cómo pasan de estar serios a sonreír, a jugar. Por eso les gusta apoyar la equinoterapia.

¿Quiénes pueden ser atendidos aquí, únicamente los hijos de la familia policial?

No, este es un programa social a la comunidad y hay ciertos requisitos para ingresar. Como se trata de un tratamiento médico, hay indicaciones y contraindicaciones, un rango de edad; nosotros atendemos a niños de 3 a 15 años.

“Me da su energía, su humor, que te invade y que no tiene ningún otro animal”

Comenzó en 1999, ¿cuál es la experiencia que más la ha marcado?

Una niña que llegó de Chimbote con su papá. Tenía autismo, ceguera y parálisis cerebral. Era una niña muy limitada…

¿Qué edad tenía?

Cuatro años; y lo que más llamaba la atención de ella era que no paraba de llorar. Así vivía, y su papá vino buscando una oportunidad de mejora para su niña.

Siendo invidente, no vio al caballo.

Exacto. Lo que más me impactó, era que no se dejaba tocar. Cambiarla, bañarla, era terrible porque gritaba. No quería que la toquen, ¡nada! Comenzamos con el aprestamiento y qué pasa, cuando nos acercamos al caballo sentimos su calor, su respiración. Ella seguía llorando, pero algo llamaba su atención.

Había ‘algo’, ‘algo’ diferente.

Exacto. Entonces la paseamos, acercamos sus manitos para que lo toque. Al comienzo no quería, pero había algo que llamaba su atención. Me subí al caballo -ella seguía llorando- y comencé a trabajar en el aprestamiento, en el contacto con el caballo, le sacamos sus zapatitos…

Para que pueda sentirlo con todo su cuerpo.

A los chicos que necesitan más trabajo sensorial los ponemos en mayor contacto con el caballo; y una vez que lo logró tocar, paró el llanto. Se quedó muda. Su papá se sorprendió, él iba a mi lado, acompañándonos en silencio porque ella lloraba y lloraba. Pero se calmó y para todos fue una emoción, se nos salían las lágrimas. Seguimos trabajando, dimos un par de vueltas más y ella se calmó. Esa fue la primera sesión. El señor la siguió trayendo, y lo que más me gustó fue que al final de la terapia me contó que él nunca había podido tocarle la cara a su niña.

¡Guau!

Comenzó a permitir el contacto… Y se regresaron a Chimbote.

¿Qué sintió como terapeuta?

Un logro ¡máximo! Mi medio, mi elemento, fue el caballo; uno tiene que emplear bien el elemento, porque mi objetivo era que pierda esa aversión a ser tocada; y con el caballo lo logramos. Desde entonces no la he vuelto a ver.

¡No supo más de ambos!

El señor se fue tan contento, que ya no regreso (ríe)… Hay logros que son ¡lo único que necesita el papá! Ella era una niña tan limitada…

Le demostraron a su padre que una mejor calidad de vida para ella -y para él- era posible.

Así es; y lo más importante para él fue que por primera vez la pudo tocar.

¿Para usted qué significa un caballo?

Todo. Sin él no soy nada, porque mi base es el caballo. Sin él puedo ser terapeuta, pero lo que él me da -aparte del movimiento, de su calor-, es su energía, su humor, el halo que se forma alrededor, que te invade y que no tiene ningún otro animal.

Es por eso que continúa realizando esta labor.

Sí. Este programa es como un hijo para mí, y nunca lo voy a abandonar. Es parte de mi ser.