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Caterina Ccanto, mamá que alienta

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Caty tenía 5 años cuando se quemó el abdomen. Se había puesto un vestidito, jugaba con papeles cerca de una vela cuando estos se prendieron. Las huellas de ese día han quedado marcadas en su piel. Por eso, cuando años después se incendió la precaria vivienda de uno de sus vecinos en lo alto del cerro donde vive, decidió que no se alumbrarían más con velas. Además, ya era madre, y su temor más grande era que a sus hijas les pasase lo mismo.

Cuando llegó a Las Flores, en San Juan de Lurigancho, vivía en la zona baja del cerro; en un cuarto alquilado. El lugar donde hoy está ubicada su casa le parecía feo. Puras rocas. El día que trepó en busca de un lote, cambió de opinión, pues allí forjaría su hogar. Hoy tiene 29 años y tres hijas de 10, 9 y 5 años. A pico y pala, con su pareja y en equipo con todos sus vecinos, mujeres y hombre consiguieron doblegar la naturaleza a través de esforzadas jornadas de trabajo.

Caty llegó de La Oroya a los 11 años. Su hermana vivía aquí y, como requería ayuda porque acababa de dar a luz, se ofreció a venir. En su tierra había hecho solo primer grado de primaria. No volvió a pisar un aula más. Claro, hasta que fue mamá.

Ella cuenta que no lee bien, no sabe sumar ni restar. Debido a la pandemia sus hijas hacen la escuela en casa y en más de una ocasión le han solicitado ayuda. Consciente de sus limitaciones, buscó a la hija de una vecina para que las apoye. Ella hace lo que puede. Las acompaña mientras hacen sus tareas. “Son chanconazas”, afirma con una sonrisa inmensa. Por lo general, cierran los libros y cuadernos a las ocho de la noche. Si les provoca pintar, se quedan un ratito más. La menor no sabe que, alguna vez, sus hermanas se alumbraron con velas. Ella es a la que mejor le va en la escuela. Le gusta ver Peppa Pig.

“Me siento orgullosa. Mis hijas están aprendiendo lo que yo nunca aprendí”.

Ya llegará el día en que vuelvan a las aulas del Santa Elizabeth. Mientras, su madre se las agencia para apoyarlas.

De niña, jamás se preguntó qué quería ser de grande. Anhela que sus hijas sean profesionales. Desde hace unos meses, su familia cuenta con acceso a la energía eléctrica y, su comunidad, con alumbrado público. Su primer recibo vino menos de lo que esperaba. O sea, hoy tiene una preocupación menos; y, eso, es también progreso.

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