Sofía Mauricio

El maltrato y la discriminación que sufrió como empleada del hogar no lograron quebrarla. Ahora Sofía Mauricio dedica su vida a empoderar a las mujeres trabajadoras del hogar para que revaloren su oficio y demanden condiciones de trabajo dignas.

“Si hacía algo mal, si un plato se me rompía, me pegaban delante de la gente”

Pese a que la ley lo prohíbe, aún hay niñas trabajando en casas.

Muchas lo hacen en sus mismos barrios. En casa de una vecina, por ejemplo, a cambio de comida, un cuaderno, una propina. Niñas de 8 o 9 años, que son con las que nos hemos contactado; aunque también puede haber más pequeñas.

¿Cuál es su perfil?

Muchas son hijas de ex trabajadoras infantiles del hogar. ¿Cómo empezaron? Porque la mamá no tenía dónde dejarlas.

Debe conocer a chicas que tras vivir una terrible realidad hoy destacan como emprendedoras.

Para mí, ser emprendedora va más allá de cuánto logré -si ahora tengo un puesto de verduras en el mercado-, tiene que ver con la fortaleza para salir adelante tras situaciones difíciles, como abuso sexual, maltrato físico o psicológico. Porque aún siguen llegando a Lima adolescentes con el mismo sueño con el que una vino: Lima es la solución, aquí voy a estudiar, voy a ser alguien mejor; y no necesariamente va a ser así. Si quieres estudiar, por ejemplo, estás en total desventaja ante chicos que sí tienen la oportunidad de hacerlo.

Es un referente, usted rompió la línea. ¿Cuál fue su punto de quiebre?

Enfrentar situaciones difíciles, de maltrato. No solo en mi tierra, acá también.

Llegó a Lima a los 12 años.

No sé si le ocurrirá a todas, pero llegué creyendo que no iba a trabajar en una casa. Pero una vez aquí no tenía otra cosa que hacer. Era mi única opción, y llegué a una casa donde me tocó vivir uno de los maltratos más fuertes que he sufrido. Empecé a terminar mi primaria (en la nocturna) y conocí a amigas en mi misma situación. ¡No podía ser esto normal!

Se dio cuenta de que no estaba sola.

Claro. Tenía 12 años y cuidaba a un bebé de 15 días de nacido. Tenía mi cabello largo, y como a la señora no le gustó, me metió al baño y me lo cortó. ¡Me sentí un objeto! No me dijo cuál era la razón, solo lo hizo. Eso, junto al maltrato físico y al encontrarme por las noches con amigas que pasaban por lo mismo… Fue entonces que nos invitaron a una reunión en una parroquia, donde encontramos a más amigas en nuestra misma situación, y empezamos a hablar, a reflexionar. ¡Algo teníamos que hacer!

Esperaría los domingos con ansias.

¡Claro! Eran los días más importantes de mi vida, porque era cuando me podía comportan tal cual yo era. Me encontraba con mis ‘hermanas’, nos empezamos a apoyar, a darnos cuenta de que también somos personas. ¡Tomó mucho tiempo darnos cuenta de que esto era un trabajo! Es muy difícil para alguien que nunca ha tenido nada… Es así que empezamos a juntarnos y con otras amigas formamos el Sindicato de Trabajadoras del Hogar de La Victoria. ¡Ya había otros en Lima! No estábamos solas; y empezamos a hermanarnos, porque solas no íbamos a poder hacer nada.

Los lunes llegaría empoderada a su trabajo.

No. Tenía que llegar con la cabeza baja, porque eso había que hacerlo a escondidas. Si decía algo, seguro me ponían de patitas en la calle.

Postuló en ingresó a un instituto, pero no siguió por falta de tiempo y dinero. ¿Qué quería ser?

Primero, maestra, porque quería cambiar la forma como nos trataban los profesores. “¡Aquí se viene a estudiar, no a dormir!”, nos gritaban. Nos lanzaban la tiza, no entendían nuestra realidad. Después, cuando aprendí mis derechos y empecé a reclamar, incluso me quisieron botar del colegio.

¿También lo hacía en las casas?

Sí, en la penúltima casa en la que estuve ya todo fue diferente; y creo que ahí me nacieron las ganas de ser periodista.

¿Cómo llegó a La Casa de Panchita?

Yo integraba el sindicato que te comenté, y en 1986, Blanca Figueroa, que era parte de la organización Perú Mujer, elaboró un proyecto para capacitar a líderes entre las trabajadoras del hogar. Ahí la conocí. Por una diferencia de opiniones me retiré del sindicato, Blanca entonces me invitó a sumarme a la Asociación Grupo de Trabajo Redes (La Casa de Panchita la integra) y accedí porque quería continuar con mi labor por las trabajadoras del hogar, por mis compañeras; y en 1996 me incorporé.

Como tal, desde hace cinco años conduce el programa de radio “No Somos Invisibles”. ¿Qué resultados está teniendo?

Importantes, porque tratándose de una emisora netamente musical (Radio Unión FM), hemos conseguido introducir nuestros temas y, a través de las llamadas telefónicas, que el público opine. Nuestro público no son solo las trabajadoras del hogar, esto es sumamente importante. Las trabajadoras del hogar, además, tienen un espacio para hacer sus denuncias, contar lo que les está pasando, hacer consultas legales. Si bien no son muchas, también recibimos llamadas de empleadores que preguntan sobre los beneficios que deben recibir sus empleadas.

“Cuando las capacito y me cuentan sus experiencias, veo que (la situación de la trabajadora del hogar) no ha cambiado nada”

Debe haber conocido casos más bravos que el suyo.

Muy fuertes. Por eso siempre les resalto que también he sido trabajadora del hogar, que también he pasado penurias y que por eso estamos acá, para escucharlas, darles soporte emocional y, si así lo deciden, dar un paso más y hacer la denuncia respectiva.

Las trabajadoras del hogar están entonces hoy más empoderadas.

La AGTR y el programa de radio buscan que, como sociedad, valoremos y respetemos el trabajo que ellas hacen. Unos podrán decir: “No han ido a la universidad, a un instituto, ¿cuál es su valor?”. Sin embargo, saben preparar un lomo saltado, un arroz con pato, ¿es eso sencillo? ¡No! Nosotras les enseñamos a valorar sus conocimientos, su experiencia. Muchas se ríen, dicen que eso es sencillo. No lo es, lo que pasa es que ellas ¡han logrado especializarse! Por eso les damos talleres, para que aprendan a negociar, para que frente a los empleadores sepan vender la experiencia laboral que tienen. Algunas, por ejemplo, saben cuidar a chicos autistas, con síndrome de Down, eso es ya una especialización. No tendrán un cartón, pero sí los conocimientos, y por esa razón podrían tener un sueldo mejor.

¿Le ha reclamado a su madre por lo que tuvo que vivir de niña?

No, pero como por las entrevistas que me han hecho en la radio y TV se ha enterado, llora. Dice que es su culpa. Le he dicho que no tenía otra opción. Ella quería que tuviéramos qué comer, y eso fue lo que nos tocó… Durante mucho tiempo sí tuve mucho resentimiento contra mi padre, lo culpé de todo lo que me pasó. Pero eso es algo que no te permite caminar; y gracias a una serie de terapias logré sanar. No tuvo la capacidad, quizás temió ser padre de cinco hijos, pero acá estoy yo; y si tengo vida, eso se lo debo a mi papá y a mi mamá. Eso agradezco.

Y tener vida, haber vivido lo que vivió, le permite ahora llegar a tantas trabajadoras del hogar que necesitan ser escuchadas y comprendidas.

Sí. Lo más importante es que no sientan que el mundo se acaba. Aquí hacemos catarsis, porque cuando conversamos sobre nuestras experiencias -desde la niñez hasta donde ahora estamos-, muchas terminan llorando. Les hacemos ver que somos dueñas de nuestras vidas, de las decisiones que tomemos y que entre todas nos tenemos que apoyar; y que nuestra labor es importante. Lo es para las familias para las que trabajamos y para el país. Por eso es importante que la sociedad lo valore.