Padre Ricardo Lach

Nació en Polonia pero aquí pasó la mayor parte de su vida. Decenas de chicos tienen techo, comida y educación de calidad gracias al hogar que lidera. A muchos los encontró en la calle.

“Ellos aprendieron a comportarse a la defensiva, aquí no tienen por qué”

¿Por qué quiso ser cura?

Mi papá fue secretario del Partido Comunista, y yo fui comunista hasta los 16 años, hasta que regresó a mi pueblo un padrecito que había trabajado en Perú. Conversando con él terminé como acólito…

¡Eso debió haber creado un conflicto en casa!

¿Sabes qué? En mi casa, las que gobernaban eran mi madre y mi abuela; y mi abuela era más que un cura: rezaba todo el día. Durante la Segunda Guerra Mundial fue jefa de conspiración, la gente la respetaba muchísimo. Y si bien yo no tuve problemas por ser seminarista, mi madre sí, ya que perdió la posibilidad de ser condecorada y de tener mejores puestos de trabajo por no ser comunista… Cuando terminé el colegio, el padrecito se me acercó y me propuso ser sacerdote. ¡Nunca se me había pasado por la cabeza! Así que le recé a María Auxiliadora para que nunca más me lo vuelva a plantear.

A mí me gustaban las chicas, las fiestas, aunque también la labor que cumplían los sacerdotes salesianos; y cuando el padre me lo volvió a proponer, le dije que sí.

¿Cómo así se cruzó el Perú en su camino?

Fue el mismo padrecito –José Kurowski- el que me eligió. Porque yo me hice cura para servir, para ayudar.

¿Qué es lo más bacán de ser cura?

Ser un instrumento de Dios. Lo sientes cuando sirves a quienes acuden a Él a través tuyo. Juanito, por ejemplo, nunca había aprobado un año escolar, y cuando aquí lo consiguió por primera vez, ¡estaba maravillado! Hoy, cada año lo acaba en los primeros puestos. ¿Qué es eso? Estos chicos necesitan oportunidades, y cuando se las das, desarrollan algo en ellos mismos que es ¡muy grande! ¿Sabes qué? Nosotros, aquí, ¡hacemos Perú!