Mayor de cinco hermanos, el padre Ricardo Lach llegó al Perú a los 23. Creció en Polonia cuando este país era un Estado comunista. De padre agricultor, su madre laboró en un sanatorio; educó y cuidó a niños con tuberculosis. Quizás ello influenció en su vocación de servicio, lo mismo que un anciano sacerdote salesiano que laboró varios años en el Perú. Junto al padre Raúl Acuña hoy hacen posible que la Casa de Acogida Don Bosco brinde oportunidades a jóvenes y adolescentes con el objetivo que a futuro consigan un trabajo decente para un mejor futuro económico. Hay que diferenciar entre chicos de la calle y en la calle, precisa. Los primeros no tienen familia; los otros, sí, pero seguro son tan caóticas que prefieren alejarse de estas. Las puertas de esta casa permanecen abiertas (el que quiere, se va). Está en ellos elegir el mejor camino entre tener una mejor calidad de vida o vivir en las calles.
¿Cómo así decidió salir a las calles en busca de chicos que vivían a la intemperie y ofrecerles casa, comida y educación?
Ellos llegan de cuatro maneras: porque ellos mismos nos buscan, porque nos los trae alguna organización, porque una obra salesiana nos los envía o porque nosotros vamos en su busca. Esta última experiencia es muy rica: salimos a partir de las once de la noche para compartir con quienes duermen en las calles. ¡Mucha gente duerme en las calles! Afuera del Hospital del Niño, por ejemplo. Hay papás que llegan (del interior) con sus hijos por tres, cinco días, pero no consiguen atención…
Y por falta de recursos no les queda más que dormir en la calle.
Sobre todo en el grifo que está frente al hospital. Cuando sales, no solo encuentras niños, sino familias enteras o señoras con su bebito; y les ofrecemos techo y comida o les buscamos ayuda. Como parroquia, esa es nuestra labor.
¿Hace cuánto empezó a hacerlo?
Hace siete años, pero el que comenzó fue el padre Pedro Dabrowski. Él construyó esta casa de la nada, lo único que yo estoy haciendo es mantenerla, darles un poco de alegría a estos chicos.
Cuénteme un caso que demuestre lo que están consiguiendo.
Encontré a un chico -Iván Córdova- que limpiaba las lunas de los vehículos y vendía agua. Le compré dos, tres veces; un día le pregunté: “¿Estudias?”. Me dijo que trabajaba para eso, que estaba juntando plata. Era de Bagua, no tenía papá, su mamá estaba allá, enferma; vivía aquí con su hermano. Lo invité a venir y me miró mal. Dudó… Tuve que viajar dos semanas, a mi regreso lo volví a ver trabajando en la calle: “¡No has venido!”. “Ya voy a ir”. Me dijo eso y quien lo escuchó fue una ambulante que más bien quería que acojamos a su hijo, pero aún era menor; porque aquí recibimos a partir de los 13 años. “Oye, si el padre te está ofreciendo, ¡anda!”, le dijo; y ahí recién vino. Ya tenía secundaria, así que le conseguimos una media beca para que estudie Administración en un instituto y le pagamos el resto. Ahora vive afuera (del albergue), trabaja en el área de Logística de una fábrica y se está pagando sus clases de inglés.
Son chicos acostumbrados a climas violentos. No puede ser ingenuo con ellos.
¿Sabes qué? Cuando les propones un clima de amor y respeto, son otros. Ellos aprendieron a comportarse a la defensiva, aquí no tienen por qué; y lo captan rapidito.
¿Cómo aprendió a lidiar con ellos?
Es el Sistema Salesiano: razón, religión, amabilidad. Aquí les ofrecemos todo lo que necesitan para su crecimiento, pero no se lo damos fácil, se lo tienen que ganar. Cada día tienen un sector (de la casa) que trabajar; eso incluso les puede permitir ganarse un dinero, porque tenemos un banco. Te explico: necesito pintar un cuarto, y eso no es parte de las tareas de los chicos, pero, en lugar de traer a un pintor, les pregunto quién se apunta para hacerlo. Elijo a dos, tres, veo que hagan un buen trabajo y, lo que le hubiera pagado al pintor, lo anoto en un cuaderno donde llevo la cuenta de lo que cada uno va ganando. Así, cuando uno se quiere comprar unas zapatillas, por ejemplo, viene y me pide lo que ha acumulado. Algunos tienen ¡más de mil soles!