Martín Nizama

Cientos de familias le deben su tranquilidad al doctor Martín Nizama. Con su revolucionario método, el doctor está cerca a cumplir 30 años de experiencia trabajando en la rehabilitación de pacientes con adicciones, mejorando su calidad de vida y la de sus familias.

“Descubrí que es en la familia que se incuba la adicción. La incuba, sostiene, incluso sabotea el tratamiento y lo hace fracasar”

Usted plantea poner el foco en la familia.

Claro. Lo anterior me llevó a buscar otra ruta, y en el camino encontré a la familia.

¿Cómo así?

Como terapia complementaria comencé a trabajar con la familia del adicto. Como él no me escucha, no le interesa -y fui notando que la que sentía el dolor era la familia y necesitaba mi apoyo-, descubrí que es en la familia que se incuba la adicción. No solo la incuba, la sostiene; la familia incluso sabotea el tratamiento y lo hace fracasar. Por lo tanto, había que trabajar con la familia.

Llama a su método “Tratamiento familiar holístico de las adicciones” y tiene ya 35 años. ¿Cuántos casos ha tratado?

No tengo idea, son centenares de pacientes los que se han curado. No tengo un estudio cuantitativo pero sí cualitativo, y demuestra que la adicción es curable. Tenemos casuística, testimonios de personas que han alcanzado un desarrollo humano, que se han reintegrado a sus familias, a la sociedad; son autosostenibles e independientes respecto a sus familias.

El problema entonces no radica en el adicto, sino en su familia.

Al 100%. El adicto es víctima de una familia anómica.

Su tratamiento es radical: los padres y hermanos del adicto se deben comprometer; en casa se corta para todos la TV, radio, internet…

Para que haya comunicación humana.

También cero fiestas.

No hay medias tintas. A grandes males, grandes remedios.

Por eso varios tratamientos fracasan, porque en el proceso…

La familia no colabora. Se convierten en ‘inayudables’. Tenemos una alta casuística de familias ‘inayudables’. Son pocas las que tienen capacidad de transformación, las que son capaces de pasar de la anomia a la armonía; y ese tránsito está determinado por el compromiso familiar con el programa, que consiste en que el interno se dedique a escribir, dibujar y leer. Muchas veces, como el paciente no está motivado (por su familia), no tiene consciencia de su enfermedad, ¡no tiene voluntad! Y no sigue el programa.

Una vez que la familia asume el compromiso, ustedes se enfocan en el adicto: lo aíslan de su mundo nocivo y…

¡Se le quita todo! Se le aplican las carencias.

Para que deje de sentir que tiene el dominio sobre los suyos.

Para que deje de vivir para afuera y deje de sentirse el emperador.

Inicia entonces el proceso de escribir y dibujar a diario sobre su vida.

Eso es para el trabajo neuronal.

¿Por qué es importante?

Porque la adicción mata las neuronas, produce una lesión cerebral. Incapacita al individuo para relacionarse, producir, amar. Entonces, hay que sanar al cerebro; y el cerebro no se cura con pastillas. Hay que recuperarlo, y para eso hay que hacer trabajar las neuronas. Así aumentará la sinapsis (la comunicación entre las neuronas) y, la función cerebral, se va recuperando poco a poco.

Toma tiempo.

Es lento. Se trata de millones de neuronas, y para eso están la escritura de las tesis, el diario (cinco páginas por día), los dibujos, el análisis crítico de obras literarias…

¿Cuánto toma una recuperación?

Entre tres y cinco años.

Tiempo en el que muchas familias claudican.

El 98% claudica. Aquí vienen cientos de familias, pero lo que en realidad buscan no es curar, sino endosar, deshacerse (del adicto). Por eso en el Perú hay las famosas comunidades terapéuticas. La familia paga y endosa. Acá (en el hospital) no hay eso. Tiene que haber compromiso. Tras haber sido internado 45 días, el adicto regresa a su casa para que su familia le brinde protección (convierten su vivienda en un hogar clínica). De esa manera lo aislamos de los amigotes, del círculo vicioso; se lo saca de los antros, se le corta el abastecimiento de la droga…

Semanalmente aquí se reúnen los familiares de sus pacientes.

Dos veces por semana.

Si bien su trato es cordial, también les suelta frases contundentes.

Tiene que haber un lenguaje firme, inequívoco y popular, porque no les puedo hablar científicamente.

¿Recuerda su primer caso de éxito?

No. Han sido tantos… Empecé a trabajar esto en el Hospital Larco Herrera, en 1975.

¿Cómo supo que su propuesta funcionaba?

Porque las familias se comenzaron a organizar a mi iniciativa, asumieron un compromiso y -ya organizadas- me apoyaron. Me han protegido, porque he tenido muchos detractores. Detrás de esta enfermedad hay muchos intereses.

“El 98% claudica. Vienen cientos de familias, pero no buscan curar, sino deshacerse (del adicto). Por eso hay las famosas comunidades terapéuticas”

“Familia Armónica” es la asociación que integran los papás de los adictos en tratamiento. La preside una mamá cuyo hijo tiene ya 17 años de curado.

Ella lo hace por altruismo, es que nosotros recuperamos los valores en la familia. En primer lugar: el amor, y como para eso tiene que haber comunicación, eliminamos los aparatos electrónicos. Así surge la necesidad de comunicarse, y así comienzan a verse, a escucharse, a compartir alimentos y a apachurrarse. Acá aplicamos la terapia del apachurre, para que recuperen la sensibilidad humana.

Algo tan básico y que, sin embargo, se ha ido perdiendo.

¡Ya no existe el abrazo! Hoy, hablar de amor es algo casi banal. Se ha frivolizado el amor. Por eso, nosotros rehumanizamos a la familia.

Habiendo sacado adelante tantos casos, ¿hay alguno que considere emblemático?

Por ejemplo, el hijo de la señora (la presidenta de la asociación “Familia Armónica”). Él era un barra brava, pandillero, asaltante, le pegaba a sus padres… Era un chatito que ¡era una bala! Era ‘pastelero’, la lucha fue fuerte; y me da gusto que ahora venga (para compartir su testimonio), con su esposa, sus hijos. ¡Es una felicidad, pues! La curación fue posible. Una vez, caminando por Buenos Aires (Argentina), adonde había ido para un congreso, de pronto escucho: “¡Doctor Nizama!”. “Hola, ¿desde cuándo estás por acá?”. “Vine después de que usted me curó”. Fue un encuentro providencial con un ex paciente; y me llevó a su casa…

Tiene cinco hijos. ¿Alguno está siguiendo sus pasos?

Sí. Tengo dos hijos médicos, dos odontólogas y un economista. Uno de los médicos está haciendo su residencia en psiquiatría acá, está en su primer año.

¿Por qué decidió ser psiquiatra?

Primero quería ser cura, pero cuando estudiaba en el colegio San Miguel de Piura, le pregunté a un profesor: “¿Quién ve por los loquitos?”. ¡Porque nadie los cuidaba! Me dijo que los psiquiatras. Primera vez que escuché esa palabra. En Chulucanas, mi tierra, yo veía que todo el mundo se burlaba de los loquitos que andaban por la calle; a mí me daba pena, y cuando supe qué hacían los psiquiatras, decidí que esa era mi tarea. Estaba en tercer año de secundaria.

“Surge la necesidad de comunicarse, y así comienzan a verse, a escucharse, a compartir alimentos y a apachurrarse. Recuperan la sensibilidad humana”

En su familia no había psiquiatras.

¡Nooo! Mi familia es humilde, yo he sido el primer profesional de toda mi familia.

¿Cuántos años de labor tiene?

El próximo año cumplo 30, ya me voy (se jubila del instituto nacional de salud mental).

¿Y qué va a hacer?

Tengo mi clínica de adictos, tengo mi consultorio en la Clínica Angloamericana. Dejar el hospital me va a permitir dedicarme a lo mío. Además, yo escribo, publico…

¿Qué va a ser la asociación “Familia Armónica”?

Ahí está el problema, porque había formado a un médico para que asuma, pero lo han cambiado a Emergencia, cuando se trata de un especialista en adicciones. Eso nos ha indignado.

Dígame, siendo su propuesta exitosa, ¿cómo entender que sea poco conocida?

Celo, envidia, mediocridad e intereses económicos.

En YouTube hay un documental realizado por estadounidenses que presentan su trabajo.

Vino un equipo de la Universidad de Yale, el documental se llama “Internados”.

¿Qué repercusión ha tenido?

Poca… La gente está ciega, no quiere entender que el adicto tiene curación. Prefieren endosarlo, depositarlo (en una comunidad terapéutica). No quieren trabajar. Falta amor. No hay compromiso. No hay humanidad.