Mía Noel

Que jóvenes con síndrome de Down, autismo y otras habilidades diferentes encuentren en la danza una vía para expresarse, sentirse libres y socializar, esa es la meta que esta bailarina profesional se ha trazado.

“Si soy tan feliz con lo que hago, ¡por qué no lo puedo compartir!”

¿Cómo aparece Alejandra en la historia?

Ale es mi mejor amiga, y yo no podía hacer esto sola. Además, ella es psicóloga.

Se conocieron bailando.

Sí, en D1. Tenía esta idea, pero me faltaba información. No había mucho sobre danza y jóvenes con habilidades diferentes, y eso –en un principio- también me atrajo: generar información, hacer de esto un estudio, ver el impacto que teníamos en los chicos; y al tener un grupo reducido –porque al comienzo eran quince- podíamos ver cómo avanzaban.

¿Cuánto les tomó hacer su propuesta realidad?

Un mes. ¡Fue súper rápido!

¿Cómo fue la primera clase?

Ay, solo queríamos llorar de la emoción (ríe)… Nosotros pensamos que les íbamos a dar algo, pero ellos nos terminaron dando ¡tanto!, que reajustamos el concepto que originalmente habíamos planteado. Creíamos que íbamos a enseñar, pero al final fue mutuo.

Sus primeros alumnos fueron miembros de Olimpiadas Especiales.

Claro, chicos que hacían deporte, tenían cierta disciplina, sabían trabajar en grupo, con un profesor. Era un escenario un poco más sencillo. Conocimos a esos quince chicos y la primera clase fue ¡espectacular! Eran muy espontáneos, muy libres. Al toque te dabas cuenta de si les gustaba la clase o no, y eso -para un profesor- es un reto, porque en una clase normal no te encuentras con gente tan sincera. ¡Es otra cosa! Aquí todo es muy evidente. Si se distraen tienes que evaluar qué técnicas usar para captar su atención, para que repitan los pasos, para que de verdad se conecten contigo. Como profesor, esto te obliga a replantearte un montón de cosas.

El siguiente paso fue abrir el espacio para más alumnos.

Eso pasó después de un año y medio. Hasta entonces teníamos un grupo y después de tres meses lo cambiábamos totalmente, pero nos encariñábamos tanto que no les podíamos decir chau. “No, ¡quédate!” (ríe)… Hasta que decidimos convertirlo en un espacio abierto, pues algunos no eran constantes y la premisa aquí es que no puedes faltar, pues, de lo contrario, el estudio que queríamos realizar no iba a funcionar. Por eso lo abrimos.

¿Cuál fue el resultado de su estudio?

En realidad, como algunos no eran muy constantes, no lo pudimos concluir. Pero de hecho mejoraron sus habilidades sociales. Un ejemplo clarísimo fue una joven que al comienzo no socializaba, porque si bien practicaba gimnasia rítmica, ella entrenaba y competía sola. No interactuaba, y en la clase tenemos una metodología especial que incluye -al final- un freestyle: ponen música, formamos un círculo y uno a uno van saliendo a bailar al medio. Mientras que al común de las personas le daría roche, ellos -como son muy espontáneos- ¡se pelean por entrar a bailar!

¿Y qué pasaba con ella?

Carlita no quería entrar. ¡Nunca! Se ponía a llorar.

¿Qué edad tenía?

Entre 14 y 16 años; y a la cuarta clase entró. Ale y yo queríamos llorar (ríe)… A través de esos pequeños detalles ves que sí les sirve lo que les ofrecemos, cómo van mejorando, socializando…

Sus papás escriben en el Facebook de Ser Parte y manifiestan su emoción, el enorme agradecimiento hacia el trabajo que realizan.

Es muy bonito. Si bien no nos sentamos a conversar con ellos –porque otro de nuestros objetivos es desconectarlos de sus padres durante las clases-, sí recibimos sus muestras de afecto, de cariño… Es un indicador de lo que estamos haciendo.

Tienen a su favor el contar con este espacio.

Sí, D1 nos ha abierto sus puertas totalmente.

Lo cual no sorprende, pues D1 es fruto del trabajo de Vania Masías, una emprendedora que teniéndolo todo para vivir con tranquilidad, optó por la labor social, por el camino difícil. ¿Eso impactó en ustedes?

Totalmente. Si no hubiese conocido a Vania, mi enfoque sobre la danza sería distinto. Hubiese sido bastante egocéntrico, porque ese es uno de los caminos que puedes tomar. Pero también hay otro, que está fundado en el compartir: ser profesor, crear proyectos, que es lo que ella nos ha inculcado: utilizar lo que sabemos ¡para compartirlo! Así ha creado líderes, porque muchos de nosotros tenemos nuestros propios proyectos y D1 nos apoya en lo que nos puede apoyar. En nuestro caso, con el espacio (donde realizan los talleres).

D1 debe ser uno de los pocos espacios en el país donde el racismo no existe.

En un salón de baile tú no vales por cuánto dinero tengas, por si eres mujer u hombre o de qué color eres, ¡aquí se te mide por tu talento! Eso es todo.

“En un salón de baile tú no vales por cuánto dinero tengas, por si eres mujer u hombre o de qué color eres, ¡se te mide por tu talento!”

¿Cómo ha influenciado eso en usted?

Soy una persona mucho más sensible. Al haber disfrutado de este mundo maravilloso, que no es tan real, ¡quiero que sea real! Quiero que las personas que están a mi alrededor puedan disfrutar de lo que yo disfruto, puedan mejorar su mundo; a través de la danza, el arte o lo que sea. Eso es lo que quiero.

Usted es una persona feliz, ¿no?

Súper feliz (ríe)…

O sea que eso –que muchos consideran irreal- es posible.

La felicidad es una opción. Tú puedes ser feliz con lo que tienes, para eso debes enfocarte en lo positivo y disfrutarlo.

Prueba de ello es que crearon Ser Parte para dar y han terminado recibiendo a montones.

¡Muchísimo! Lo más bonito de esto es que nuestros viernes son de amor. Puedes haber tenido una semana agotadora, con estrés, pero llegas acá y te reciben con una sonrisa que te cambia y te llenas de energía, de amor, te llenas ¡de todo! Te cambia la perspectiva. Te das cuenta de que tú puedes ser quien quieras ser, solo tienes que dejar tus prejuicios.

Siente que está haciendo patria.

¡Totalmente!