Paul Vallejos

Un experimentado fotógrafo le está enseñando su oficio a un grupo de invidentes. El resultado es tan bueno, que sus fotos serán expuestas en el ICPNA.

“Cuando están frente a una imagen que no ven, se las describo. La imaginan y es así que pueden hacer la foto”

Su vínculo con él nació hace 12 años, en un viaje a Tingo María. Vio a niños jugando pelota en un pueblo, salvo a uno, al que se acercó y se dio cuenta de que tenía problemas de visión.

Exacto. De manera casual llegué a Alto Pendencia, un lugar bonito, en el que era chévere que hubiera niños jugando en medio de la selva. Les estaba haciendo fotos cuando vi a uno sentado en una esquina. Me acerqué para preguntarle por qué no estaba jugando y, cuando ya estaba cerca, me di cuenta de que una de sus vistas estaba blanca y, la otra, medio blanca. Me dijo que no veía bien, que por eso no podía jugar. Empezamos a conversar, le pregunté si podía conocer a sus papás. Me llevó a su casa, me contaron que venía perdiendo la vista de a pocos.

Les propuso traerlo a Lima para que sea tratado.

Sí, les dije que los ayudaba, que lo podía llevar conmigo para que le hagan un chequeo general.

Dudaron. No lo conocían.

Claro. Les di mi número, quedaron en llamarme pero pasó medio año y nada. Así que volví…

¿Por chamba?

No, por mi cuenta.

¿Por qué?

No sé si es un problema: me involucro mucho con las personas a las que fotografío. Trato de ayudarlas. Así me he ido llenando de amigos.

Eso no es común, ¿de dónde le viene esa vocación?

Es de formación. ¡Es lo que ocurre en muchas casas! No hay mucho que comer, pero basta que llegue alguien y se comparte. Tu familia te enseña, y yo me quedé con eso. Yo comparto.

En su casa esa era la ley.

A mi abuela, a mis papás, siempre los he visto haciendo cosas así, por eso me parece lo más normal.

¿Cuánto tiempo pasó hasta que Nilton vino y se quedó con usted?

Viajé por segunda vez y la mamá me dijo que no me llamaron porque no sabían quién era yo, que no sabían qué le podía pasar a Nilton. Además, no tenían dinero para enviarlo ni familia que lo pudiera alojar. Entonces hablé con mis papás, les conté lo que quería hacer y me dijeron que encantados recibían a Nilton. Pero pasó un año y tampoco vinieron, así que volví a ir.

No estaba dispuesto a que no ocurra, ¡tenía que traer sí o sí a Nilton!

Exacto. Les pregunté qué pasó y me dijeron que no lo podían mandar solo, que tendría que venir toda la familia. Llamé a mi casa: “Son cinco personas”; y mi mamá: “Ya, que vengan”. Les compré los pasajes y vinimos; y Nilton pudo hacerse todos los exámenes.

Las noticias no fueron buenas: la visión en el ojo derecho estaba perdida y, la del ojo izquierdo, iba por el mismo camino. Habían pasado dos años desde que lo conoció, ¿Nilton aún podía ver?

Ya no veía, solo por momentos, cuando había demasiada luz. Nos dijeron que debimos haberlo traído antes… Y como después de eso iban a volver a Tingo María, el doctor recomendó que era mejor que le saquen los ojos, pues allá lo podría afectar un hongo y, por falta de cuidado, podía llegar al cerebro y eso sería mucho peor (los padres de Nilton no le hicieron caso). Regresaron a su pueblo, un día su mamá me llamó y me contó que Nilton estaba deprimido. Como ya no veía, no salía de casa, no iba al colegio ni quería jugar con sus amigos. Así fue como Nilton llegó a estar conmigo y aquí lo llevé a un colegio para chicos invidentes.

“El doctor recomendó que le saquen los ojos, pues lo podría afectar un hongo y, por falta de cuidado, podía llegar al cerebro y eso sería peor”

Hoy tiene 20 años, está por terminar el colegio y, tiempo atrás, en una conversación escuchó sobre una fotógrafa invidente. Fue entonces que le preguntó si usted creía que él podía hacer fotos.

Cuando me dijo: “Oye, Paul, ¿tú crees que yo puedo hacer fotos?”; yo, emocionado, le dije: “¡Claro!”. Y empecé a enseñarle. A mi manera, como podía. Le regalé una cámara y, por el sonido, aprendió a usar el diafragma.

Perdió un sentido, pero afinó otros.  

Hay cosas que yo no escucho y él sí. Antes, cuando lo llevaba al colegio, mientras íbamos en el taxi me preguntaba ¡todo! “¿Esa es una moto o un mototaxi?”. Yo le decía: “Un mototaxi”. “¿Qué marca?”; y nombraba una serie de marcas. ¡Yo no sabía! Comencé a averiguar y, cuando ya supe, le dije. “¿De dos tiempos o de tres?”. Tuve que seguir averiguando para poder decirle, porque él reconocía todo por el sonido del motor. Luego pasó lo mismo con los autos. Al principio me empezó a cansar, pero me di cuenta de que para él es muy importante saberlo todo.

Eso, como fotógrafo, ¿le ha servido?

Harto. A mí me gustaría hacer las fotos que los chicos del taller hacen, porque su trabajo es muy sensorial.

Lo invitaron a una clase de fotografía en la Universidad Católica, pues una de las alumnas es invidente; y ella le propuso hacer el taller.

Su profesor le dio mi teléfono y ella me llamó. Vino a casa y le expliqué cómo le venía enseñando a Nilton. Me dijo que si bien no pretendía dedicarse a la fotografía, como estaba estudiando Ciencias de la Comunicación sí quería saber; y me propuso hacer un taller de fotografía, pues creía que -como ella- iban a haber más personas interesadas.

Hoy, en el taller incluso tiene a un alumno de 80 años.

Exacto. Se inscribieron veinte personas. Eran muchos, así que nos tuvimos que quedar con diez.

¿Cuál fue el criterio de selección?

Había unos que venían por curiosidad, pero para otros esto era una necesidad. Además, algunos podían pagarse un taller de fotografía.

Aquí ha primado, además, la solidaridad, pues el Centro de la Imagen cedió sus instalaciones y, algunos de sus alumnos y exalumnos, han donado cámaras que usted ha obsequiado a los chicos. Sus asistentes son colegas fotógrafos que también han cedido su tiempo y talento.

Claro. Hace año y medio el proyecto estaba listo, solo faltaban las cámaras. Una empresa me cedió seis que ya estaban desactualizadas y que no iría a vender. Yo pensaba empezar así, y ahí fue que el director del Centro de la Imagen me facilitó sus instalaciones y, cuando sus alumnos se enteraron de que habría un taller para personas invidentes, nos donaron las cámaras que faltaban. Fue bien chévere; y como iba a estar difícil que yo solo le enseñe a diez invidentes, involucré a más fotógrafos. Ahí también hubo una selección, me quedé con los amigos con más paciencia y disponibilidad de tiempo. Fueron 17 buenos fotógrafos los que se involucraron en el proceso.

Su labor es acompañarlos, ser los guías de sus alumnos.

Claro. Fueron catorce clases. Siete en el aula y el resto en la calle, para que los chicos comiencen a hacer sus historias fotográficamente. Cada uno tiene su propia historia, y para eso están los fotógrafos: para ayudarlos a realizarlas. De los diez chicos, cinco propusieron un mismo tema: presentar las deficiencias que hay en Lima para las personas con discapacidad. Una amiga me hizo ver que lo que querían mostrar era eso que les molesta y de lo que nadie se da cuenta. Era una llamada de atención.

¿Qué otros temas han propuesto?

Nilton quiere fotografiar el fútbol que se juega en los cerros. Hugo Lastra, las cosas buenas que se están haciendo para las personas con discapacidad visual. Al señor de 80 años le gusta hacer fotos de paisajes; como tiene un 90% de discapacidad visual, quiere mostrar cómo él ve las cosas.

Son los temas que cualquier buen fotógrafo presentaría.

Exacto.

“Al señor de 80 años le gusta hacer fotos de paisajes. Como tiene un 90% de discapacidad visual, quiere mostrar cómo él ve las cosas”

¿Cómo se siente?

Pucha, yo me lleno de energía con ellos… Los extraño.

Los extraña porque ya terminaron las clases en el aula y ahora están trabajando sus proyectos personales.

Claro. Este mes de agosto deben traer las primeras muestras de sus trabajos. El ICPNA nos ha proporcionado su sala del Centro de Lima para realizar una exposición fotográfica en febrero del próximo año.

Todo empezó como jugando.

Sí. A veces no me doy cuenta de las cosas que hago, y eso es lo chévere, también. Mucha gente me ha felicitado, pero para mí esto es lo normal.

Es lo que siempre vio en la casa de sus padres.

¡Claro! Es que, en realidad, si todos hiciéramos lo que nos gusta hacer y lo compartiéramos, este mundo sería un poco distinto.