Sara Purca

Desde pequeña su madre sembró en ella la pasión por investigar. Quería que su hija rompiera con las barreras que a ella le impidieron cumplir sus sueños. Hoy Sara es doctora en Oceanografía y ya ganó un premio nacional por su trabajo.

“El tema de la investigación todos los niños lo tienen. Ser investigador es innato al ser humano”

Por eso fue la número uno de su clase.

No era mi intención, no quería ser la número uno. Pero en cuarto de media, cuando no saqué el primer puesto, ¡ahí me preocupé! (ríe)… “Ah, no. Tengo que esforzarme”, dije; porque si acababa el colegio en primer puesto iba a obtener una beca que me exoneraría de pagar la matrícula en la universidad. Mis papás no lo iban a poder hacer, era el 92, recién había empezado el Fujishock. Imagínate, ¡no había para nada!

Era un mal momento para sus padres: él perdió el empleo, ella tuvo que improvisar una bodega en casa.

Ella se dedicó a su tienda, él se cachueleaba de lo que sea.

¿Se convirtieron en su ejemplo de esfuerzo?

¡Claro! Ellos nunca dejaron de hacer algo. Siguieron adelante a pesar de todo.

Eso la estimuló a ser una buena alumna.

¡A hacer cosas! Aunque el otro día ella me hizo recordar -cuando celebrábamos mi premiación-, que una vez saqué 05 -¡porque también me he sacado malas notas!- y ella me premió (ríe)… Sí, porque decía que sacar buenas notas no era una obligación, sino algo que uno debía querer hacer.

¡Qué interesante!

Yo creo que eso me incentivó a hacer, a investigar las cosas que a mí me gustan. Eso es muy importante, porque cuando uno se desarrolla en algo que le gusta ¡realmente lo hace bien!

Pero usted quería ser médico.

Yo quería ser médico por eso del encasillamiento. Claro, porque para ella ser profesional era ser médico.

Entonces, más que por usted, quería serlo por su mamá.

Desde chiquita la escuchaba: “Va a ser médico, va a ser médico…”. Esa era su meta.

Y no alcanzó el puntaje.

Postulé con los demás primeros puestos y me quedé por décimas; y como podía perder la beca, busqué a qué carrera postulaban menos: Ingeniería Pesquera. 

“Una vez saqué 05 y mi mamá me premió, porque decía que sacar buenas notas no era una obligación, sino algo que uno debía querer hacer”

¡Su sueño no era ser ingeniera pesquera!

En lo absoluto.

¿Y cómo se enamoró de ese oficio?

Por la investigación en peces. Una profesora, la Dra. Norma Chirichigno, me llevó a su laboratorio y me dijo: “¿Quieres limpiar frascos?”. “Sí, yo quiero ver todo”. Y me puse a limpiar los frascos con peces, a organizarlos, a cambiar las etiquetas. Me encantaba.

Era prácticamente lo mismo que de niña hacía con las mariposas.

¡Sí! Mi colección la regalé a mi colegio, porque eran muchas cajas ¡y dónde las iba a tener! (ríe)…

O sea que de casualidad encontró su oficio.

Claro… El tema de la investigación todos los niños lo tienen. Ser investigador es innato al ser humano.

Rasgo que luego frenan ciertos padres, escuelas e iglesias.

Exacto. ¿Has visto “La educación prohibida”? (documental argentino que critica la escuela tradicional y destaca las experiencias educativas no convencionales en Iberoamérica). Habla de que la educación ha sido prácticamente diseñada para que la gente termine sentada en una oficina o en una fábrica, y como robot, obedezca órdenes, no piense, no cuestione.

Siguió una carrera que no era su preferida y, años después, esta le permitió ganar el premio “Por las Mujeres en la Ciencia 2017”.

Hay un detalle más: como mi mamá decía todo el tiempo que yo iba a ser doctora, cuando hacía la tesis para bachiller tuve la oportunidad de postular a un doctorado en Oceanografía. Dije: “¡Perfecto! No seré doctora-médico, pero sí voy a ser una doctora en Oceanografía” (ríe)…

¡Cumplió el sueño de su madre!

Me gusta la investigación, y esa era una buena oportunidad, pues se trataba de una beca alemana que lo cubría todo.

¿Qué tan fregado es para una mujer dedicarse a la investigación?

En las Ciencias Marinas, no tanto. En el IMARPE (Instituto del Mar del Perú) la tradición es que todas seamos mujeres, sobre todo porque nos dedicamos a la identificación: de peces, crustáceos, fitoplancton y zooplancton.

Su mentora, la Dra. Chirichigno, es una experta en la clasificación de peces marinos.

Sí. Por las dimensiones y la forma de los peces, realizaba la clasificación taxonómica. Ella contaba con un batallón de mujeres (investigadoras).

Usted ha comentado que, en un inicio, por su labor muchas dejaron de lado la maternidad.

Sí, era muy difícil. Me parece que de las generaciones del IMARPE en los 80, ninguna tuvo hijos.

Regina, su hija, está por cumplir 2 años. Decidió ser madre pese a esos antecedentes.

He conocido a científicas que también son madres y que lo han sabido balancear. Creo que sí se puede… Yo estuve 11 años en el Centro de Modelado Oceanográfico del IMARPE, viendo temas de la previsión del Niño y la Niña; el 2012 pasé al área de Biodiversidad y, dos años después, a Contaminación. Me propusieron dedicarme a la contaminación por microplásticos y me gustó porque es un tema que empalma con la Educación Ambiental.

Quería hacer pedagogía.

¡Exacto! Llevar el trabajo científico a las aulas. En Concepción (en Chile, durante su doctorado) participé en un programa -“Mil Científicos, Mil Aulas”- y di clases en un colegio privado y en uno nacional. Fue muy interesante, la idea era que los alumnos aprendan a hacerse preguntas. Y en nuestro caso, el mensaje es: No uses plástico porque eso va al mar, se microparticula y afecta a todo el ecosistema. 

“Acumulamos plástico del tamaño de dos tajadas de pizza a lo largo de nuestras vidas”

¿Estamos hablando de residuos que miden…?

Micras (milésimas de milímetro). Hicimos un trabajo en playas, con partículas de cinco milímetros a menos; ahora estamos en otro, con partículas que miden micras y que solo se pueden ver a través del microscopio. ¿Por qué lo hacemos? Porque hay organismos en el mar peruano, como el fitoplancton y el zooplancton, que pueden incorporar esas micropartículas en sus sistemas.

Eso implicaría que vamos a comenzar a comer pescado con plástico dentro.

De hecho, según investigaciones en Estados Unidos, acumulamos plástico equivalente al tamaño de dos pizzas a lo largo de nuestras vidas. Son micropartículas que no vemos y nos las bebemos cuando tomamos un café en un vaso de tecnopor, por ejemplo. Hay países en los que ya se ha prohibido su uso, aquí no porque es muy barato.

¿Los ácidos del estómago no las pueden disolver?

No, y entonces las acumulas, acumulas, acumulas. En Estados Unidos han demostrado que produce cáncer. Cualquier comida o bebida caliente en un envase de tecnopor hace que este se microparticule e incorpore a tu comida, y tú no lo ves. Por eso estamos llevando este conocimiento a las aulas.

Fue por este tema que postuló al premio “Por las Mujeres en la Ciencia 2017”.

Me llamaron a la oficina para decirme que debía postular. Yo creí que aún no calificaba, pero me indicaron que sí. Postulamos 40, 23 alcanzamos el puntaje y el 29 de enero me mandaron un correo: “Usted es la ganadora”.

¿Qué significó para usted?

Una responsabilidad, porque ahora debo difundir el mensaje, que es que la ciencia es un pensamiento libre, y que es tanto para las niñas como para los niños.

La más feliz debe ser su mamá.

¡Sí, claro! (ríe)…